¡Quemen los corpiños!
Fuente: pagina12.com.ar
Firmes, erguidas, lozanas, sensibles, cubiertas pero no tanto, grandes pero sin exagerar; las tetas cargan con un deber ser hecho a imagen y semejanza de un deseo masculino díscolo –los mismos que incrustan los ojos sobre un escote dibujado por el bisturí después dicen que las prefieren “al natural”– que suele traducirse en dolor: tanto el que causan las cirugías como el que genera no alcanzar nunca el objetivo. Las tetas son tetas y son sexo mientras no se hable de cáncer –entonces serán mamas– o de amamantar. Y cuidado con quitarse el corpiño en la playa o la pileta para disfrutar del sol, porque, aunque todos quieran verlas mostrarlas libremente todavía está mal visto. Sobre todo si no son firmes, erguidas y lozanas.
Por Milagros Belgrano Rawson
“Al escatimar los senos de nuestra vista, nos merman a nosotros un derecho. Más ya vemos que nuestras mujercitas son sensatas y así durante el verano hemos podido examinar los amados relieves de nuestras reales pertenencias... El seno, queridas lectoras, es el alto delicioso donde el amor toma fuerzas para el viaje... Es así de blanco, de suave y con el rosado pico, la oca, la verdadera oca... Lucid los senos, ricas.” Así se despachaba el editorialista de la revista Chic en el tórrido verano madrileño de 1932. Corrían los años de la república, y en un clima de escasez generalizada el periodismo jugaba con metáforas que reenviaban a delicias caras y exóticas como la oca, o los melocotones, observa Lola Gavarrón en su historia de la ropa interior. Poco ha cambiado desde la publicación de esta pintoresca nota de verano, cuyo autor reivindicaba el derecho masculino por sobre los pechos femeninos, a los que con los primeros calores invitaba a exhibir para exclusivo disfrute de los caballeros. Como entonces, con el verano, las revistas femeninas siguen haciéndose eco de esta obsesión mayoritariamente masculina y publican un sinfín de “especiales” de belleza y fitness para conseguir algo casi imposible (al menos sin someterse al bisturí): tetas ni muy grandes ni muy pequeñas, paraditas y firmes, de color bronceado y sin estrías, y que hayan pasado la vieja prueba del lápiz, por sobre la cual la revista Playboy se adjudica la autoría (se pone un lápiz bajo el pecho, si éste no queda atrapado y cae, se trata de una lola turgente). Una batería de tratamientos y ejercicios –algunos tan ineficaces como sumergir los senos en agua helada– para conseguir lo que el marketing veraniego instruye: un buen escote, poca ropa, sol, playa, cócteles, días largos y noches aún más largas que prometen sexo, libertad y desinhibición. Pero el tiempo apremia: ya estamos en enero, y en la mayoría de los casos una se ve confrontada con una cruel verdad: las tetas son pura glándula y tejido adiposo, sin músculo, y sólo el quirófano puede desafiar la fuerza de gravedad. Claro que aquellas que hayan previsto y afrontado este caro y doloroso vía crucis se verán recompensadas, aunque no está muy claro de qué forma, ni si realmente serán ellas las beneficiadas.
Aparentemente, los sacrificios por obtener una delantera firme y erguida redundarán en mayor comodidad (chau, corpiño, aseguran algunas operadas), autoestima y sexappeal y, en consecuencia, en una mejor performance con el sexo opuesto. Pero los medios masivos han hecho de la exhibición de tetas un culto que tiene sus reglas. Hay que mostrarlas, pero siempre y cuando una se pliegue a los cánones de belleza imperantes, y en situaciones que coincidan con la obsesión masculina por los escotes. Quedan excluidas de esta categoría las mamas maternas, paradójicamente consideradas por muchos y muchas como obscenas: para muestra vale el ejemplo de Kelli Roman, una mamá estadounidense, que en el 2008 colgó en su perfil de Facebook una foto suya amamantando a su bebé. Enseguida, la red social eliminó la imagen y la advirtió contra la difusión de material “obsceno”. La anécdota termina de forma simpática, con la creación del grupo “Hey Facebook, Breastfeeding is not obscene” (“Facebook, Amamantar no es obsceno”), cuyos miembros ya suman 247.995, pero no deja de ser un llamado de atención sobre el tabú que pesa sobre las tetas en general y su entronización como objetos sexuales. En un utópico mundo con igualdad de género, nadie se sentiría shockeado por ver a una mujer tomando sol en topless, asegura el sitio 007b.com, que además de exhibir una “galería de tetas normales” (las hay en todas sus gamas, imperfectas, chicas, voluminosas, caídas y asimétricas) reivindica el carácter no sexual de los pechos femeninos y su función de proporcionar alimento a los bebés. Para la antropóloga norteamericana Catherine Dettwyler, especializada en lactancia y temas de género, la idea de que los pechos femeninos son objetos sexuales “por naturaleza” es una construcción cultural que deja en segundo plano su función biológica primaria, la lactancia. Que no se la malinterprete, pide Dettwyler: no está en contra de que la mujer reciba o dé placer a través de sus pechos, sino de que se reconozca que este mandato sexual es un comportamiento aprendido y socialmente diseminado. Prueba de ello es que, como observa la feminista Germaine Greer, entre las razas cuyo desarrollo mamario es escaso, como en China o Japón, muy raramente los pechos femeninos llegan a convertirse en objetos del imaginario erótico. Pedirle a Occidente que privilegie la función sexual de los pechos en detrimento de su función de lactancia es tan equivocado como pedirle a la sociedad china que prefiera el rol erótico de los pies deformes y empequeñecidos a la función de caminar, sostiene Dettwyler.
Mientras en los últimos años decenas de científicos se debaten sobre si el “punto G” es puro mito o algo real –hace unas semanas un grupo de investigadores de Londres anunció que esta zona erógena es en realidad “algo subjetivo”– los estudios serios que indaguen sobre el apego de las mujeres (sobre todo en casos de cáncer de mama) a sus pechos brillan por su ausencia. Tampoco se investiga por qué se los considera la característica que las define como mujeres y como seres sexuales ni sus posibilidades como zona erógena. Sin embargo, médicos como la noruega Elisabeth Helsing han probado que la lactancia proporciona placer sexual a muchas madres que, sin embargo, en muchos casos se sienten culpables y avergonzadas ante estas sensaciones. “No se acepta que es la forma que tiene la naturaleza de hacer que el amamantamiento sea algo placentero al tiempo que ayuda a la supervivencia de las especies”, indica Helsing en uno de sus libros sobre lactancia.
Desde pequeñas a las mujeres occidentales se nos enseña a cubrirnos el pecho por considerarlo indecente. Mientras algunos sociólogos se ufanan de la liberalización de las costumbres y la sexualidad en las últimas décadas, hoy en día el uso del topless sigue siendo muy minoritario, circunscripto a ciertas playas europeas o resorts caribeños para extranjeros (las playas nudistas, aún menos extendidas, son harina de otro costal). Por otro lado, sólo en Estados Unidos la industria pornográfica heterosexual mueve 10 mil millones de dólares al año, lo que da una idea del valor que tienen en este gremio los pechos femeninos, en la mayoría de los casos creados por industrias subsidiarias igualmente productivas como la cirugía cosmética (la estética de mamas es la más solicitada por las mujeres de todo el mundo). Mientras, desprovista de la carga sexual que tienen sus pares femeninas, la delantera de los hombres es libre de circular desnuda en playas y piletas sin que ningún guardián de las buenas costumbres interfiera en su elección de vestuario. Y es justamente este desequilibrio entre los sexos lo que molesta a algunas europeas. El año pasado, una docena de militantes del grupo feminista Les Tumultueuses (“Las turbulentas”) se quitó la parte superior de su bikini en una piscina pública de París. Durante 15 minutos, hasta que la policía vino a escoltarlas hasta los vestuarios, estas mujeres se bañaron con los pechos al aire ante la mirada atónica del resto de los bañistas. “Es una acción para denunciar la diferencia de tratamiento entre hombres y mujeres. El cuerpo femenino es sistemáticamente considerado como más sexual que el de los hombres, y sometido a normas de belleza que no se exigen a los varones”, explicó una de las militantes a los bañistas. “Nadie se ofusca cuando en los kioscos se exhiben fotos degradantes de mujeres con los senos desnudos, pero cuando se muestran al natural, todo el mundo se enoja y hasta se pide a la policía que intervenga”, indicó el grupo en un comunicado.
La iniciativa francesa había sido en realidad inspirada por una acción de feministas suecas, que en el 2007 se metieron en topless en una pileta pública en Upsala. Por supuesto, en seguida fueron invitadas a retirarse en nombre de los “buenos modales”, pero la acción fue luego repetida por otras mujeres en otra ciudad del interior de Suecia. Enseguida, se creó la red Bara Bröst (en sueco, tetas desnudas). “Queremos que nuestros pechos sean tan “normales” y “desexualizados” como el de los hombres, y así poder sacarnos también la remera en los partidos de fútbol”, indicó la vocera de la asociación, Astrid Hellroth. Lo que buscan es simple: que la exhibición de los senos deje de ser algo transgresor, vinculado a cánones de belleza imposibles de alcanzar y a una obsesión mayoritariamente masculina. Y que su uso y disfrute vuelva a sus verdaderas dueñas, las mujeres.
Firmes, erguidas, lozanas, sensibles, cubiertas pero no tanto, grandes pero sin exagerar; las tetas cargan con un deber ser hecho a imagen y semejanza de un deseo masculino díscolo –los mismos que incrustan los ojos sobre un escote dibujado por el bisturí después dicen que las prefieren “al natural”– que suele traducirse en dolor: tanto el que causan las cirugías como el que genera no alcanzar nunca el objetivo. Las tetas son tetas y son sexo mientras no se hable de cáncer –entonces serán mamas– o de amamantar. Y cuidado con quitarse el corpiño en la playa o la pileta para disfrutar del sol, porque, aunque todos quieran verlas mostrarlas libremente todavía está mal visto. Sobre todo si no son firmes, erguidas y lozanas.
Por Milagros Belgrano Rawson
“Al escatimar los senos de nuestra vista, nos merman a nosotros un derecho. Más ya vemos que nuestras mujercitas son sensatas y así durante el verano hemos podido examinar los amados relieves de nuestras reales pertenencias... El seno, queridas lectoras, es el alto delicioso donde el amor toma fuerzas para el viaje... Es así de blanco, de suave y con el rosado pico, la oca, la verdadera oca... Lucid los senos, ricas.” Así se despachaba el editorialista de la revista Chic en el tórrido verano madrileño de 1932. Corrían los años de la república, y en un clima de escasez generalizada el periodismo jugaba con metáforas que reenviaban a delicias caras y exóticas como la oca, o los melocotones, observa Lola Gavarrón en su historia de la ropa interior. Poco ha cambiado desde la publicación de esta pintoresca nota de verano, cuyo autor reivindicaba el derecho masculino por sobre los pechos femeninos, a los que con los primeros calores invitaba a exhibir para exclusivo disfrute de los caballeros. Como entonces, con el verano, las revistas femeninas siguen haciéndose eco de esta obsesión mayoritariamente masculina y publican un sinfín de “especiales” de belleza y fitness para conseguir algo casi imposible (al menos sin someterse al bisturí): tetas ni muy grandes ni muy pequeñas, paraditas y firmes, de color bronceado y sin estrías, y que hayan pasado la vieja prueba del lápiz, por sobre la cual la revista Playboy se adjudica la autoría (se pone un lápiz bajo el pecho, si éste no queda atrapado y cae, se trata de una lola turgente). Una batería de tratamientos y ejercicios –algunos tan ineficaces como sumergir los senos en agua helada– para conseguir lo que el marketing veraniego instruye: un buen escote, poca ropa, sol, playa, cócteles, días largos y noches aún más largas que prometen sexo, libertad y desinhibición. Pero el tiempo apremia: ya estamos en enero, y en la mayoría de los casos una se ve confrontada con una cruel verdad: las tetas son pura glándula y tejido adiposo, sin músculo, y sólo el quirófano puede desafiar la fuerza de gravedad. Claro que aquellas que hayan previsto y afrontado este caro y doloroso vía crucis se verán recompensadas, aunque no está muy claro de qué forma, ni si realmente serán ellas las beneficiadas.
Aparentemente, los sacrificios por obtener una delantera firme y erguida redundarán en mayor comodidad (chau, corpiño, aseguran algunas operadas), autoestima y sexappeal y, en consecuencia, en una mejor performance con el sexo opuesto. Pero los medios masivos han hecho de la exhibición de tetas un culto que tiene sus reglas. Hay que mostrarlas, pero siempre y cuando una se pliegue a los cánones de belleza imperantes, y en situaciones que coincidan con la obsesión masculina por los escotes. Quedan excluidas de esta categoría las mamas maternas, paradójicamente consideradas por muchos y muchas como obscenas: para muestra vale el ejemplo de Kelli Roman, una mamá estadounidense, que en el 2008 colgó en su perfil de Facebook una foto suya amamantando a su bebé. Enseguida, la red social eliminó la imagen y la advirtió contra la difusión de material “obsceno”. La anécdota termina de forma simpática, con la creación del grupo “Hey Facebook, Breastfeeding is not obscene” (“Facebook, Amamantar no es obsceno”), cuyos miembros ya suman 247.995, pero no deja de ser un llamado de atención sobre el tabú que pesa sobre las tetas en general y su entronización como objetos sexuales. En un utópico mundo con igualdad de género, nadie se sentiría shockeado por ver a una mujer tomando sol en topless, asegura el sitio 007b.com, que además de exhibir una “galería de tetas normales” (las hay en todas sus gamas, imperfectas, chicas, voluminosas, caídas y asimétricas) reivindica el carácter no sexual de los pechos femeninos y su función de proporcionar alimento a los bebés. Para la antropóloga norteamericana Catherine Dettwyler, especializada en lactancia y temas de género, la idea de que los pechos femeninos son objetos sexuales “por naturaleza” es una construcción cultural que deja en segundo plano su función biológica primaria, la lactancia. Que no se la malinterprete, pide Dettwyler: no está en contra de que la mujer reciba o dé placer a través de sus pechos, sino de que se reconozca que este mandato sexual es un comportamiento aprendido y socialmente diseminado. Prueba de ello es que, como observa la feminista Germaine Greer, entre las razas cuyo desarrollo mamario es escaso, como en China o Japón, muy raramente los pechos femeninos llegan a convertirse en objetos del imaginario erótico. Pedirle a Occidente que privilegie la función sexual de los pechos en detrimento de su función de lactancia es tan equivocado como pedirle a la sociedad china que prefiera el rol erótico de los pies deformes y empequeñecidos a la función de caminar, sostiene Dettwyler.
Mientras en los últimos años decenas de científicos se debaten sobre si el “punto G” es puro mito o algo real –hace unas semanas un grupo de investigadores de Londres anunció que esta zona erógena es en realidad “algo subjetivo”– los estudios serios que indaguen sobre el apego de las mujeres (sobre todo en casos de cáncer de mama) a sus pechos brillan por su ausencia. Tampoco se investiga por qué se los considera la característica que las define como mujeres y como seres sexuales ni sus posibilidades como zona erógena. Sin embargo, médicos como la noruega Elisabeth Helsing han probado que la lactancia proporciona placer sexual a muchas madres que, sin embargo, en muchos casos se sienten culpables y avergonzadas ante estas sensaciones. “No se acepta que es la forma que tiene la naturaleza de hacer que el amamantamiento sea algo placentero al tiempo que ayuda a la supervivencia de las especies”, indica Helsing en uno de sus libros sobre lactancia.
Desde pequeñas a las mujeres occidentales se nos enseña a cubrirnos el pecho por considerarlo indecente. Mientras algunos sociólogos se ufanan de la liberalización de las costumbres y la sexualidad en las últimas décadas, hoy en día el uso del topless sigue siendo muy minoritario, circunscripto a ciertas playas europeas o resorts caribeños para extranjeros (las playas nudistas, aún menos extendidas, son harina de otro costal). Por otro lado, sólo en Estados Unidos la industria pornográfica heterosexual mueve 10 mil millones de dólares al año, lo que da una idea del valor que tienen en este gremio los pechos femeninos, en la mayoría de los casos creados por industrias subsidiarias igualmente productivas como la cirugía cosmética (la estética de mamas es la más solicitada por las mujeres de todo el mundo). Mientras, desprovista de la carga sexual que tienen sus pares femeninas, la delantera de los hombres es libre de circular desnuda en playas y piletas sin que ningún guardián de las buenas costumbres interfiera en su elección de vestuario. Y es justamente este desequilibrio entre los sexos lo que molesta a algunas europeas. El año pasado, una docena de militantes del grupo feminista Les Tumultueuses (“Las turbulentas”) se quitó la parte superior de su bikini en una piscina pública de París. Durante 15 minutos, hasta que la policía vino a escoltarlas hasta los vestuarios, estas mujeres se bañaron con los pechos al aire ante la mirada atónica del resto de los bañistas. “Es una acción para denunciar la diferencia de tratamiento entre hombres y mujeres. El cuerpo femenino es sistemáticamente considerado como más sexual que el de los hombres, y sometido a normas de belleza que no se exigen a los varones”, explicó una de las militantes a los bañistas. “Nadie se ofusca cuando en los kioscos se exhiben fotos degradantes de mujeres con los senos desnudos, pero cuando se muestran al natural, todo el mundo se enoja y hasta se pide a la policía que intervenga”, indicó el grupo en un comunicado.
La iniciativa francesa había sido en realidad inspirada por una acción de feministas suecas, que en el 2007 se metieron en topless en una pileta pública en Upsala. Por supuesto, en seguida fueron invitadas a retirarse en nombre de los “buenos modales”, pero la acción fue luego repetida por otras mujeres en otra ciudad del interior de Suecia. Enseguida, se creó la red Bara Bröst (en sueco, tetas desnudas). “Queremos que nuestros pechos sean tan “normales” y “desexualizados” como el de los hombres, y así poder sacarnos también la remera en los partidos de fútbol”, indicó la vocera de la asociación, Astrid Hellroth. Lo que buscan es simple: que la exhibición de los senos deje de ser algo transgresor, vinculado a cánones de belleza imposibles de alcanzar y a una obsesión mayoritariamente masculina. Y que su uso y disfrute vuelva a sus verdaderas dueñas, las mujeres.
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